Por Rubén Padrón Astorga
Portal de Cine y Audiovisual Latinoamericano y Caribeño
Un viejo gánster ha decidido revivir sus tiempos de gloria. Ayudado por dos advenedizos, resuelve practicar la antigua norma Omerta en la búsqueda de un tesoro. En efecto, no se trata de un robo, sino del rescate de un tesoro en la antigua casa de un capo mafioso. Pero uno de los ayudantes amarra por gusto a la sirvienta de la casa; Rolo, el gánster, se figura que el desenterramiento del tesoro es una gran misión; el otro ayudante se coge demasiado en serio la subordinación a Rolo; y unas vecinas que sospechan avisan a la policía. Nada más que esto. No es, por tanto, cine negro. Es más clarito. En esto consiste la burla que es toda la película. Cada personaje es una burla de lo que representa. Es sorprendente en Omerta lo poco que se dan los personajes a los espectadores, lo poco que parecen deberles. Uno se siente extrañado contemplándola, pues uno está acostumbrado a personajes que hacen concesiones al espectador, que parecen fabricados, no para decirle nada nuevo, sino para corroborarle lo que piensa. Personajes sin carácter, caricaturas que parece que miran de reojo a las lunetas, como preguntándose si lo están haciendo bien. En Omerta no hay servilismo de los personajes. Estos no le deben nada al espectador, se deben solo a sí mismos. En estos tiempos, si el personaje no dice lo que se espera que diga, entonces es débil o está mal caracterizado. Si lo que dice suena a bolero, entonces es cursi. Si lo que dice no es extravagante, entonces no tiene gracia. Hay muy poca humildad en todo esto. Dicen que el espectador contemporáneo ha perdido ingenuidad. No lo creo. No es inteligencia lo que veo, sino petulancia. Creo que nos hacía falta un gánster modelo, chapado a la antigua, amable y justo. Alguien se preguntará si los gánster son así. No importa, hay demasiada gente que sin ser gánster no es así. Creo que lo que Pavel propone va mucho más allá del gansterismo, y mucho más acá de las personas que viven dentro de la ley. Ser justo va mucho más allá de la profesión que se practica, sea legal o no; cae más bien dentro del terreno de la moralidad. Se puede ser injusto y profundamente inmoral. Es más, solo quien es injusto es verdaderamente inmoral. Nuestro gánster de Omerta, entrañable personaje que prefiere la persuasión a la fuerza, la justicia a la violencia, el ayudante laborioso al haragán, la muerte a la vejez inútil, está caracterizado con simpatía. No era más que esto lo que había que darle a nuestro gánster, es decir, una oportunidad y un poco de simpatía. Lo mismo para los ayudantes. En ausencia de otra, Omerta es la ley que los acoge. No son más que dos infelices que se apuntan a un bombardeo. Otro tanto se podría decir de los policías. ¿Qué piensan estos policías misteriosos de Omerta? Quizás ni ellos lo sepan. La película está salpicada de pequeñas burlas. Como piedrecitas, están puestas para atravesarse en el camino del espectador. A veces molestan, pero es la molestia grata que provoca lo difícil, lo insinuante, lo paradójico. También tiene deficiencias Omerta, pero estas son más débiles que sus propósitos. Tal vez en el cine de nuestros días las deficiencias no se perdonen, pero no hay mejor placer, a veces, que contemplar un error que se ha cometido a cambio de un poco de desenfado.